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Thursday, September 15, 2011

TIEMPOS MORTALES.

Tiempos mortales. Por Eduardo Ernesto Garay. Jueves, 15 de septiembre de 2011.

A los tres años y medio o cuatro iba seguido a la casa de mi abuela. A ella le gustaba tener gatos y había algunos enormes de pelo largo. De tipo angora decía la abuela. A mi me gustaba jugar con ellos porque los llevaba hasta la esquina de la calle Moreno y al soltarlo volvían corriendo a la casa que estaba en la calle Pueyrredón. Un día con mi mamá nos trajimos un gatito chiquito para la nueva casa nuestra de la calle San Lorenzo. A los pocos días me pongo a jugar con él. Como no se dejaba agarrar fácil lo arrinconé contra una caja de herramientas de mi padre, que era de madera y muy pesado. El gatito igual no se dejaba agarrar y esquivaba mis manotazos para atraparlo. Entonces abrí el cajón saqué una masa de albañil y le pegue varias veces al gato. Así lo pude agarrar pero no se movió más. Lo había matado. No se donde puse el gatito muerto pero cuando mi madre lo buscó para darle algo de comer dije que se habría ido. Al fin lo encontró y dijo pobrecito que le habrá pasado y lo dejó por allí tirado en el patio para enterrarlo más tarde. Al otro día fui a la casa de la abuela y traje otro gato al que cuidaría de no lastimarlo porque con el otro aprendí lo que era la muerte y aprendí que mi torpeza o mi voluntad podrían darla.

Será por eso que muchos años después no le temía a la muerte cuando se morían a mí alrededor por las balas que partían del palco o de los árboles indiscriminada y copiosamente. La lluvia de balazos había coronado la larga batalla del “Luche y Vuelve” que habíamos dado en las calles de las ciudades argentinas durante esos años. Esa lluvia no cesó hasta 1982 cuando perdimos la guerra militar de Malvinas. Desde que maté jugando al gatito siempre había pensado en esos años que si había matado a un pobre animal absolutamente inocente porque no podría matar a un ser humano culpable de la propia muerte de él mismo. Desde los años del gatito, de 1958 a 1982, fueron los tiempos donde el espacio de la muerte abrió su más amplio abanico que nos cubrió la luz. Y fue precisamente cuando mataron a chicos inocentes por el cálculo político de un alcohólico con poder militar. Una torpe y burda maniobra entregó cientos de vidas a las garras del imperialismo militarista mundial de esos años.

Será por eso que cuando volvimos a un gobierno democrático lo cuidamos de nuestras torpezas y de nuestra voluntad de matar, yo pienso que sí. Entonces, aquel espacio de la muerte fue la que nos enseño a cuidar este espacio de la vida y no las virtudes de los ocasionales estadistas de las propagandas ideológicas oficiales.

Sin embargo, el espacio y el tiempo de la muerte abarcaron gran parte de mi culpable vida. Fueron 24 años de los 27 cuando terminó. Así y todo quien me ve puede decir este, no mata ni una mosca. Al menos, gatos en cantidades los maté por alguna causa o por otras, otras veces apunté con fusiles ya para matar a varias personas y otra la evitaron otros a que lo hiciera. No es fácil ser mosquita muerta en el espacio de la muerte, no se controlan los impulsos primordiales en ese lugar y es más fácil ceder a instinto de sobrevivencia que a pensar en consecuencias. Lo único que puede evitar caer en ella es por el miedo. El miedo paraliza y no se hace nada y se evita meterse en nada que no sea trabajo esclavo y dormir. Y como queda en claro, yo al miedo lo había perdido a los tres años y medio por el sacrificio de aquel pequeño gatito que me enseño a ser libre o morir de lo contrario. Por suerte, los humanos han inventado muchos modos de ser libres, así que la disyuntiva no nos es muy trágica. Sobre todo luego de 1982 en la Argentina.

Ya van para 30 años de convivencia `sin muertes a nuestro alrededor. En el 2012 se verá claramente esto cuando se conmemoren los 30 años de Malvinas. Es decir, nuestro espacio de la vida ya tiene más años que la última de la muerte. Estos espacios simbólicos tienen una gran magnitud para la sociedad argentina que de hacerla conciencia histórica hacen a la cultura de nuestro pueblo algo más que una simple nación más del planeta.

Vuelvo a la imagen de mi infancia. En los primeros años de mi vida la palabra muerte no existía, era un sonido sin significado, sin sentido. Cuando supe que el pequeño animalito no viviría más supe al instante que era esa palabra muerte, en la sociedad política de masas las consignas patria o muerte eran sonidos sin existencia real. Luego de Ezeiza, del golpe del 76, de la represión del 79, de la guerra de Malvinas, la sociedad supo lo que era la palabra muerte en el espacio simbólico social. Esto nos erige como pueblo que tiene algo que ofrecer al mundo y a la humanidad.

Ciudad de Granadero Baigorria. Provincia de Santa Fe.

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