¿Alguien recuerda el
olor del vapor que despedía la locomotora del tren? Hasta el año 1963- 64 había
un tren con una máquina vapor que hacía el trayecto ida y vuelta de Rosario a
Granadero Baigorria. Era solo uno que partía a eso de las 9 y media de la
mañana desde Baigorria y volvía al pueblito de entonces a las 4 de la tarde.
Además había cuatro horarios más de salida hacia Rosario pero con trenes de
locomotora más modernas y rápidas con solo dos coches de pasajeros. También
venían del norte santafecino trenes que paraban en la estación local para ir a
la gran ciudad cercana. En esos días, cada veinte minutos, teníamos un tren
para tomar y salir a los destinos habituales. Los ómnibus por el contrario eran
escasos y muy incómodos como lentos para viajar a cualquier parte. Por eso, la
vida activa transcurría en esos años 60’s al ritmo de los trenes.
Pero este tren en particular, el de la locomotora a
vapor era todo un espectáculo en sí misma. Sus grandes ruedas traseras,
imponentes, de dos metros de diámetro, arrancaban siempre patinando sobre el
riel de las vías para poner en movimiento la formación. Sus bielas de acero
brillante, que empujaban esas grandes ruedas, era un mágico cambio de fuerzas
que refunfuñaban violentas a la inercia y a sus pasajeros. Y todo acompañado
con un innumerable conjunto de piezas de hierro y varillas, las cientos de
válvulas y pistones, que resonaban un fenomenal ruido al moverse lentamente la
máquina negra, como le decíamos los chicos del barrio.
El viaje con esa máquina era raro, al comenzar tosía calientes
nubes de vapor de agua y humo oscuro que inundaba por un rato largo la
plataforma de la estación. El olor del vapor y del acero hirviendo parecía ser
un anticipo del futuro de fábricas que nos llevarían encantados al mundo nuevo
que se venía venir todos los días en el paisaje transformado de la pampa pegada
al caserío del pueblo.
Muchas
veces, cuando estaba en Rosario Norte a la tardecita esperando la salida de un
tren local al pueblo, aparecían otras máquinas a vapor pero mucho más grandes
que venían de Buenos Aires o de Córdoba. Estas locomotoras eran gigantescas
moles redondeadas de hierro sudado que imponían un miedo enorme a las familias
que esperaban frenéticas en las plataformas los trenes a sus distintos
destinos. Estas máquinas a vapor hacían un exagerado ruido dentro de las
grandes estaciones de trenes de las ciudades junto a las nubes fieles de vapor
y del humo negro.
Eran, sin embargo, una especie en extinción.
La que venía a Granadero Baigorria terminó sus días
junto a las demás locomotoras a diésel que hacían el resto de los viajes
frecuentes de mañana y tarde.
Pronto,
muy pronto, empezaron a proliferar los colectivos que usaban la ruta 11. Y
cuanto más líneas de ómnibus comenzaron a pasar por la avenida del pueblo tanto
menos trenes pasaban por la vías del ferrocarril Mitre. Y pocos años después, al
llegar los agitados años 70’s, fue lo opuesto. Había innumerables frecuencias
de colectivos y pocos trenes de larga distancia pasaban por la estación del
pueblo.
El olor del vapor resurge de vez en cuando en los
recuerdos para ver que junto con el cambio del uso de los transportes masivos
también se cambió el futuro que venía. Que el futuro que prometían los
ferrocarriles se fue con ellos. Y vino otro escondido y traidor que no dejó
esperanzas a los pasajeros que se quedaron sin destino.